Las golondrinas

Os hago llegar un relato que Mª Carmen Ramos ha escrito y quiere que publique en el blog. Ella ha encontrado la inspiración al leer este artículo de la Vanguardia: Si no quieres que se te coman los mosquitos, ayuda a las golondrinas. Es una vivencia personal expresada con mucha sensibilidad que transcurre en Marbella, pero como sabéis, golondrinas hay en cualquier pueblo o ciudad de España y ahora coincidiendo con el período de cría, está totalmente prohibido derribar los nidos. Si somos testigos de algún ataque, nuestra obligación es denunciar los hechos a las autoridades porque todas la especies de golondrinas, vencejos y aviones están protegidos por leyes estatales y europeas y si ayudamos a su protección nos aportan grandes beneficios como que son insecticidas naturales muy eficaces.

Os dejamos en el siguiente párrafo con el relato.

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«Al abrir la puerta de la casa que da al porche, en Marbesa, bonita urbanización entre la sierra y el mar, unas alegres y atareadas golondrinas volando, cantarinas, venían hacia mí y me daban los buenos días. Parecían contentas al verme y a unos treinta centímetros de mi cara, mantenían el vuelo unos segundos y mirándome fijas, parecían hablar conmigo. Luego, continuando con su tarea, iban volando a buscar materiales para fabricar su nido. Era un incesante ir y venir bonito y alegre. Perfectas constructoras, felices, preparaban el hogar donde nacerían sus hijos. Habían maravillosos ratos que me quedaba ensimismada contemplándolas. Observaba su trabajo. Sin descanso, construían con barro y saliva su nido, su futuro hogar. Hacían que me olvidara de todo. Era dejar la mente vacía de preocupaciones y liberada de ellas, mi atención se centraba en su nido, en su ir y venir, en esas golondrinas amigas. Poco a poco conseguían arrancar una sonrisa de mi rostro. El dolor y las preocupaciones se marchaban para dejar paso a un espíritu sereno lleno de paz.
 Pasado un tiempo nacían las crías. A la madre y al padre les faltaba tiempo para llegar al nido con comida para intentar saciar el hambre que manejaban sus crías. Me daban algo de trabajo, porque cada día tenía que barrer y fregar el suelo del porche, justo debajo del nido. La madre, todos los días, limpiaba el hogar, donde habitaban sus hijos, tirando fuera del nido los excrementos que ellos hacían dentro. Pero ese trabajo que me daban no me importaba ya que me recompensaban dándome los buenos días, cada mañana, al abrir la puerta de la casa que da al porche»

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